lunes, 30 de julio de 2012

Ahora.

Después de todo el tiempo transcurrido, te miraba y solo veía unos ojos tristes, mojados pero sin lágrimas y llenos de ilusión, y me prometí dartelo todo. Te merecías el cielo y quise entregarte lo más puro de mí, no dejar que volvieras a sentirte sola.
Era sencillo, sería tu despertador para darte siempre los buenos días, sería tu sombra para estar siempre contigo, sería tu manta para arroparte cuando tuvieras frío y sobretodo, sería tu corazón para que nunca dejara de latir.
Los días pasaban y de las ganas que tenía de hacerte feliz me fuí enamorando muy rápidamente. Yo estaba asustado, cambió mi forma de actuar, de pensar, y aunque me estaba dando cuenta de que yo no era así, no podía hacer nada, yo no mandaba.
Los días seguian pasando y nada cambiaba, me entristecía pensar en que iba a vivir otro verano igual. No te veía, no hablabamos... y me enfadaba, veía cosas que no eran normales de dos personas que se querían.
No me daba cuenta que aún había barreras que te impedían acercarte a mí. Las eliminé y tú seguias igual, yo me rayaba, me seguía enfadando, no sabía que seguía fallando. 
Al fin, te fuí conociendo más y  me di cuenta de que no todos somos iguales, no demostramos los sentimientos de la misma manera, que a unos les cuesta más y a otros menos, pero eso no quiere decir que no te quieran igual o más. Asique lo siento por haber dudado de tí y haberte hecho sufrir tantos días con mi desconfianza. Ahora se que los dos seremos uno, ya lo verás.


No hay comentarios:

Publicar un comentario